Esta mañana me levanté temprano, era
el pacto con el despertador que tanto odio, su cansino sonar me desespera aunque lo considero casi
imprescindible si es que quiero llegar puntual a algún sitio, lo de madrugar, no
es lo mío ya sabes, la noche me engancha de tal manera al teclado que a veces
amanezco varado en mi asiento.
Al igual que yo el Sol se desperezaba
tan lentamente que daban ganas de dejarse caer nuevamente encima de las
sábanas; no podía ser, una ducha no muy fría obraría el milagro,
ineludiblemente el señor analista reclamaba mi presencia en su consulta.
Mi sangre no es del todo normal
aunque diré en mi descargo que no es azul, es de un rojo tan intenso que da
hasta miedo, tan espesa que imagino a
las plaquetas haciendo verdaderos esfuerzos estirándose para
de esta forma poder circular de una manera más adecuada. Por otro lado
mis venas son tan finas que los esfuerzos por localizarlas que realiza el ATS
de turno son notables; a alguno prometo he visto sudar y después de algún que
otro intento reclamar la presencia de un colega para localizarlas.
Los dos sabemos, querida Musa, de
quien es la culpa.
¿Acaso no lo recuerdas?
Hace algún tiempo, los dos éramos
mucho más jóvenes, hicimos un trato. Mi sangre sería tu tinta y tu me
regalarías versos. A fe lo estamos cumpliendo ambos pero hoy cuando llegué a la
sala de espera, no comprendo la razón o no quiero asumirla, se me hizo un nudo
en la garganta.
A la sazón la ocuparíamos unas
cincuenta personas más menos.
Un celador nos llamaba por riguroso
orden de citación, sabía que tendría que esperar un tiempo a que fuera mi
turno.
Como siempre eché un ojo a los
parroquianos que en ese momento eran mis desconocidos compañeros.
Algunos charlaban animadamente, otros
leían el periódico, hasta había una señora haciendo punto de cruz; una gran
mayoría desparramaban su vista por las blancas paredes intentando en su soledad
leer los trazos de la brocha, supongo, aunque de lejos dada su edad, no creo
que ni tal cosa vieran.
En un momento indeterminado me sentí
reflejado en cada uno de ellos, en cada persona mayor que se encontraba en la
sala con el mapa de la vida marcado en sus caras, en ese preciso instante mee pregunte:
¿Me verán así también?
Yo esta noche víspera de una huelga feroz me
pregunto.
Querida Musa:
¿De quien tomarás la tinta para
escribir poemas cuando yo falte o acaso mi fin estará ligado a tu fin?
No
espero tu respuesta, espera tú mis versos, hasta pronto querida amiga.